Ahora vas y le dices: oye, que tienes que parar de beber…

El padre de Juan es alcohólico, siempre bebió, y Juan no sabe cómo pedirle que pare de beber. No se atreve, ¿cómo va a corregir un hijo a un padre?

El marido de Marina toma cocaína, ella ya lo sabía cuando se casaron, incluso habían tomado alguna vez juntos, pero es que le ha visto tomando con su bebé al lado. Tiene miedo, tiene miedo de irse y tiene miedo de quedarse. Ojalá su marido viese que ya no usa la cocaína como antes y aceptase un tratamiento, pero no sabe hablar de esto sin discutir. Tampoco sabe muy bien cómo son estos programas.

Los hermanos de Antonio están viendo cómo el alcohol le está consumiendo, siempre fue un juergas, pero ya se le ha pasado un poco el arroz y la vida le está atropellando. 

El peso del pasado

Antes todos defendían que para que uno supere su adicción tenía que hacer el esfuerzo por él mismo, “solo sirve si lo haces por ti”, y además, tocar fondo antes de tomar la decisión de abandonar las drogas.

El primer paso del programa de 12 pasos de Alcohólicos Anónimos es precisamente: Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol, que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables. Apoyando todo el programa en la huída de un pasado horrible como consecuencia del pasado.

Tradicionalmente los programas de ayuda al dependiente se rigen por el siguiente esquema:

  1. Un pasado horrible como consecuencia del consumo
  2. Hacer que el adicto tome conciencia del pasado y convertir ese pasado en la consecuencia del consumo
  3. Hacer que el adicto tome conciencia de todo el dolor que su relación con el consumo está provocando en sus seres queridos
  4. Hacer que el adicto tome conciencia de las terribles consecuencias que podría tener su rechazo a tratamiento
  5. Desde ahí, desde la vergüenza, la culpa y el miedo, que acepte entrar en un programa de recuperación.

MMS quiere cambiar este esquema con una propuesta que implique al adicto entrar en recuperación desde la alegría, el amor y la esperanza. MMS es un programa que orienta sus esfuerzos hacia el futuro, a la construcción de un nuevo mundo en el cual es Mucho Mejor Sin

Allá donde hay consumo hay conflicto

El otro día le pregunté a 9 parejas de adictos en recuperación si alguna vez habían hablado del problema de sus parejas con ellas sin regañar, amenazar o presionar y la respuesta fue unánime. No. En unos segundos todos vimos como normalmente se maneja el conflicto del consumo:

  1. Intermitentemente:
    El adicto y su familia viven en la ilusión de que mientras no haya un episodio de embriaguez no hay conflicto. Cuando la Adicción no tenía presencia no se hablaba de ella, se intentaba simular que el problema no existía, confiando que el último episodio iba a ser literalmente el último. Si no lo hablaban no existía. ¡Si las avestruces supiesen todo lo que nos han enseñado!
  • Los Programas de Recuperación son como una especie de condena, de castigo: Cómo has bebido mal y eres egoísta e irresponsable te castigamos a tratamiento para ver si espabilas, escarmientas y cambias.

Hasta ahora no hemos sido conscientes de que un hogar que alberga un adicto soporta un conflicto del que tanto la familia como el propio adicto son víctimas los unos de los otros y este conflicto mantiene el escenario invariable durante demasiado tiempo. Es como una melodía continua que todos bailan y bailan.

Mediación vs Intervención

Tengo que romper una lanza por el adicto, pues cuando yo le veo en los grupos de terapia no veo a un egoísta, irresponsable e insensible al dolor que causa su relación con el consumo, sino que me en encuentro con una persona que no sabe no consumir, tampoco sabe consumir con moderación (su gran sueño) y que la vergüenza y la culpa han guiado los últimos años de su vida.

En definitiva en las familias donde hay un adicto el baile más común es aquel que se hace entre la ira y miedo de los no consumidores con la vergüenza y culpa del consumidor.

En el mejor de los casos después de un episodio de consumo se tiene una conversación desde el miedo o la ira pidiendo, rogando e imponiendo un cambio y desde la vergüenza y la culpa se acepta cualquier petición o se rechaza justificando defensivamente cualquier postura buscando exclusivamente tener razón y poder seguir consumiendo.

Incluso una intervención profesional es un ejercicio de manejo de la culpa del consumidor para que acepte un tratamiento. Se le rompe emocionalmente haciéndole ver todo lo que pasa cuando consume y se le pide que acepte tratamiento, y si no lo hace que se atenga a las consecuencias. Al final siempre está lo de las consecuencias.

A mí la experiencia me ha enseñado que a un adulto no se le puede regañar, pues la reacción a la bronca siempre es infantil.

Sí se le puede hablar desde la ira o el miedo o cualquier emoción, pero no regañarle, pues el adulto responde a la bronca defensivamente desde el niño herido. Por eso son tan infructuosas la mayoría de peticiones de tratamiento, porque se hacen:

  1. En un modo vertical de comunicación y desde arriba (aunque solo sea moralmente) hacia abajo
  2.  En un modo unidireccional de comunicación. La familia quiere pasar un mensaje y espera una sola respuesta.
  3.  En un escenario de “buenos” y “malos” o víctimas y verdugos.

El adicto, en MMS, es tan protagonista como la familia

Una intervención es una encerrona a la americana y el adicto tiene un papel muy pasivo, solo le queda la oportunidad de aceptar o no el programa. Muchas veces el interventor ha escogido ya el programa adecuado sin tan siquiera hablar con el adicto, estos se suelen conocer en la propia intervención.

Toda mi práctica terapéutica se apoya en esta sencilla premisa: intento ser el terapeuta que a mí me hubiese gustado tener. Aún recuerdo con mucha paz el día que me dijeron: “Creemos que tienes un problema con las drogas, nos gustaría ayudarte, tienes todo nuestro apoyo.”

Desde el principio me sentí parte del proyecto de sanción, me sentí respetado y querido y escuchado. Quizás este haya sido el secreto de mi recuperación.