22/07/2023

Hace un año que no bebo. Físicamente me siento rejuvenecido, llevo 365 días sin emponzoñar mi cuerpo con ese veneno que lo estaba destrozando. Mentalmente me siento más liviano, he arrojado parte del lastre del remordimiento, la culpa, la vergüenza y, sobre todo, ya no me estoy suicidando trago a trago.

En casa es como si se hubiese abierto de par en par el balcón de una habitación cerrada desde hace décadas. Mi pareja a pasado de la luz mortecina de una bombilla amarillenta, y del aire viciado de una cripta, a la luz del sol de mediodía y a una brisa refrescante. 

Ella ha rejuvenecido en mi periodo de abstinencia, las ojeras, provocadas por la preocupación y el insomnio, están menos marcadas.

Está más alegre, he vuelto a oir y compartir su risotada, y ha retomado el contarme como le ha ido el día, lo que le preocupa y lo que le divierte. Empieza a tener confianza en mi, y esa confianza retroalimenta la suya, ya no se ve como la pareja del bolinga, atada a los disgustos que le daba. Ahora somos una pareja, con todos los problemas de relación y convivencia que sean, pero sin el Problema.

Le ha vuelto su autoestima y la ilusión de estar conmigo, para ella he vuelto después de una larga y dolorosa ausencia.

 

22/07/2023

Sigo atado a la rueda del molino del alcohol, haciendo polvo la alegría, la esperanza y las ganas de vivir de mi pareja.

Con cada trago que tomo se ennegrecen más sus ojeras, su felicidad se queda en mis botellas vacías de cerveza. Hay días que ni tiene ganas de decirme o acusarme de nada, la depresión rondándole la cabeza; y he conseguido que piense de si misma lo que yo pienso de mi, que no vale nada. 

Desesperanza.