Octavio Paz decía: «Vivir es separarse de lo que fuimos para acercarnos a lo que seremos en el futuro». Una persona que toma conciencia de que el alcohol no le sienta bien y pone los medios para salir de la dependencia, ha decidido vivir mejor, tomar las riendas de una vida que el alcohol comenzaba a dominar. Sería magnífico que se sintiera libre de contar al mundo cómo está consiguiendo salvarse de la adicción.
Si crees que bebes de más, no te escondas
Pero esta sociedad en la que vivimos, una sociedad que defiende y anima al consumo de bebidas alcohólicas e, incluso, etiqueta con varios ceros imitaciones de ellas -algo que dificulta la recuperación-, esa misma sociedad, condena al anonimato a quien consigue salir del consumo exagerado, como si de un apestado se tratara, como si fuera pecado gritar a los cuatro vientos que uno ha conseguido romper las cadenas que lo mantenían preso y alentar a salir del sufrimiento a otros que viven en la cárcel del consumo.
Verse obligado a permanecer en la sombra cuando se acude a las sesiones de un centro de recuperación solo consigue que el adicto se sienta despreciable, indigno de ser visto; sobra decir que una de las razones por las que muchas personas no acceden a las reuniones para alcohólicos es porque esa obligación de anonimato les hace avergonzarse de sí mismos y les pesa de tal manera que continúan bebiendo para mantener su visibilidad echando a perder, con ello, la oportunidad de recuperarse.
Intimidad sí, anonimato no
En MMS somos respetuosos con quienes acuden a la terapia de grupo on-line para dejar de beber y, por supuesto, la intimidad de los asistentes está a salvo; pero luchamos porque esas personas tan valientes que tomaron la decisión de arreglar su vida y que desde su compromiso de abstinencia trabajan por el autoconocimiento, esforzándose para aprender a gestionar sus emociones, esas personas que se afanan en despojarse de hábitos perjudiciales, esas personas que perseveran en la sobriedad a fin de diseñar una nueva vida, no se sientan condenadas a quedarse en la sombra, sino que, por el contrario, se sientan orgullosas y felices de su triunfo y tomen conciencia de que su testimonio puede ayudar a otros.
Insistimos en que el problema no está en el alcohol propiamente dicho, sino en consumirlo descontroladamente para tapar una emoción profunda e íntima teñida, por lo general, de silencio, un silencio que el adicto se bebe copa tras copa; si cuando decide hablar de ello se le obliga a colgarse el cartel de clandestino es como confirmarle que su vida debe seguir silenciada, con lo cual, muy probablemente, en un tiempo recurrirá nuevamente al hábito de beber.
Un no rotundo al silencio
El consumo descontrolado de alcohol proviene de un desajuste emocional y daña tanto el cuerpo como la mente; la unión del precepto social de anonimato -terrible desde nuestro punto de vista- y el tratamiento farmacológico para las dolencias psíquicas, lejos de ayudar a resolverlo mete la realidad bajo la alfombra manteniendo anestesiada y muda a una parte de la sociedad a la que solo le ofrece, como solución a ese desajuste, ingerir pastillas y asistir de manera solapada a las reuniones de alcohólicos anónimos.
Pero el mutismo no ayuda y trampear la situación con pastillas tampoco. Lo que ayuda es saberse digno de amor, ver que otros consiguen recobrarse, sentirse acompañado en el camino de la recuperación. Ayuda poder salir a la calle y decir que uno se siente feliz por haber dejado de beber y saber manejar sus emociones. Ayuda, en definitiva, aprender a amarse a sí mismo y aceptar la responsabilidad de la vida sin tener que encubrir que una vez el alcohol casi se adueñó de la vida.
No hay nada que ocultar, no hay que esconderse, el alcoholismo es una enfermedad que puede curarse dando voz a las emociones y a los sentimientos. Jane Austen dijo: «Y a veces me he guardado mis sentimientos, porque no pude encontrar un lenguaje para describirlos».
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