Reuniendo las piezas del rompecabezas

Con el alcohol mi memoria perdió consistencia y decidió quedarse con los recuerdos más dolorosos almacenándolos sin orden ni concierto, de tal forma que vivía encallada en la nostalgia y con una sensación de soledad profunda porque me sentía diferente al resto del mundo, como si no perteneciera a ningún lado. Fue al dejar de consumir cuando me di cuenta de que había construido mi pasado con fragmentos de una historia no con la historia completa, y decidí trabajar para recomponer con todos esos trocitos el rompecabezas con el que comprender mi auténtica identidad.

Desmontando mi versión

Una de las primeras cosas que llamó mi atención cuando ingresé en la terapia de grupo on-line para dejar de beber de MMS fue entender que solo daba por válida mi versión de los hechos de toda una historia familiar; esto no significa que no existiera un daño, significa que yo me había limitado a mirar la vida con los ojos llenos de rabia infantil y que había desarrollado un mecanismo de defensa para afrontar los avatares de la vida basado en los conceptos de origen; esos mecanismos no solo no eran válidos ahora, es que, además, eran molestos y castrantes.

Si no he de inspirar amor, inspiraré temor. (“Frankestein”, Mary Shelley)

A pesar de no sentirme digna de ser querida buscaba el afecto al precio que fuera y, sin embargo, cualquier persona me parecía peligrosa. Cada día era una lucha entre lo que quería, sentía, hacía y pensaba. Todo estaba revuelto, vivía en una pesadilla recurrente, siempre amanecía con el mismo temor porque deseaba algo que sabía que nunca iba a tener: ser reconocida como válida por las mismas personas que me invalidaron. 

La decisión de dejar de beber a través de este método de terapia de grupo on-line no me llevó solo a la abstinencia, eso fue el punto de partida que me lanzó al autoconocimiento. A través de las sesiones me di cuenta de que yo quería dar amor, pero no sabía cómo y, a veces, muchas tal vez, lo manifestaba como odio hacia todos pues, ya que no podían amarme, al menos que me respetaran. 

Contra la pereza, diligencia

Me había hecho indiferente a todo y Aldous Huxley decía que «La indiferencia es una forma de pereza, y la pereza es uno de los síntomas del desamor. Nadie es haragán con lo que ama». La primera persona a la que tuve que dar amor fue a mí misma, no es que me hubiera abandonado en exceso por fuera, lo que había abandonado era mi interior; no había paz, no había alegría y no había, en definitiva, ganas de vivir. 

Ahora pongo toda mi intención en aprender a amar y, por lo tanto, a manifestar los sentimientos de la manera más constructiva posible; me produce felicidad ser capaz de decir la verdad de lo que siento y pienso sin herir a nadie y sabiendo que, si bien mis principios son firmes, la construcción de mi entorno es flexible y me doy permiso para modificar lo que crea conveniente. En definitiva, he abandonado el pasotismo del sufrimiento y me he decidido por la vida.

A hacer se aprende haciendo

Y es que con la abstinencia y la constancia las cosas han cambiado. Mi prioridad es mantener la sobriedad y para ello, cuidando de no caer en un individualismo feroz, me protejo firmemente de todo aquello que pueda perturbar mi propósito de seguir escalando peldaños para salir del lugar tan oscuro y frío al que me arrojó el consumo. 

De la terapia extraigo las herramientas necesarias para conseguirlo, aunque me queda mucho aún para manejarlas con destreza y no me siento capaz todavía de soltar la mano del grupo de apoyo, pero cada día pongo en práctica una acción o hago un nuevo movimiento, como decía Picasso: «Siempre estoy haciendo las cosas que no soy capaz de hacer para aprender cómo hacerlas».