Etimológicamente perfección significa «acción y efecto de dejar algo completamente hecho y acabado», por lo tanto, un ser humano jamás puede ser perfecto porque, como ser vivo, está en una dinámica de cambio permanente. Sin embargo, cualquier persona puede convertir su vida en un proceso de mejora constante sobre sí mismo, ya que siempre existe la libertad de ser cada día un poco mejor que el día anterior.
Cosas tan evidentes y tan olvidadas como esta son las que voy aprendiendo en la terapia de grupo on-line para dejar de beber que MMS ha puesto en marcha.
Dejar de beber es regresar al presente
Como adicta, mi mente viajaba siempre en el tiempo; de repente se iba al pasado para removerlo sin ton ni son y, con la misma rapidez, volaba a un futuro imposible; con tanto viaje me olvidaba de hacer lo necesario para gestionar el presente con criterio y cada vez me sentía más y más lejos de mis convicciones, de mis creencias.
Cuando dejé de negar la enfermedad de la adicción, opté por pedir ayuda y me comprometí con la abstinencia sentí mucho vértigo, sabía que iba a entrar en un mundo que desde hacía muchos años había dejado atrás: el presente. La sacudida no fue pequeña. Casi no reconocía mi imagen en el espejo, mi hogar era una estancia sin identidad y mi vida carecía de proyectos de futuro.
Me llamó la atención esta escasez vital siendo poseedora de una cabeza que constantemente estaba en movimiento y supe que esa era la primera rienda que tenía que agarrar. Regresar al presente fue duro, pero fue uno de los pilares más importantes para mi recuperación, pues como dice Kazuo Ishiguro: «Ciertamente hay una satisfacción y dignidad que se puede obtener al admitir los errores que uno ha cometido en el curso de la vida».
Aceptar mi vulnerabilidad me permitió crecer
Con el consumo de alcohol me sentía vestida con una especie de capa que me hacía indestructible, como cuando uno se pone las gafas de sol y siente que todo el mundo le ve un poquito más oscuro. Bajo los efectos de la bebida creía que nada ni nadie podía dañarme, solo al despertarme notaba los moratones en el cuerpo y en el alma.
Tardé algunas sesiones en tomar conciencia de que lo que hacía al beber era huir de mi pena, de mi dolor, de mi sombra sin conseguirlo, pues uno está compuesto también de todas esas cosas y cuando se obvian solo se encuentra cuarto y mitad de uno mismo, o lo que es igual, se vive en una cojera emocional constante.
Poniendo en palabras los sentimientos, dejando el ego a un lado, atendiendo las devoluciones de los compañeros del grupo de terapia (basadas siempre en sus experiencias y estrategias para mantener la sobriedad) y tomando conciencia de mis propias respuestas a sus exposiciones, comprendí que solo reconociendo mis debilidades podía poner los medios para fortalecer la musculatura emocional y crecer de manera saludable.
Más presencia y menos ausencia
Creo que cualquier adicto me podrá entender si digo que cuando bebía, aunque estuviera, no estaba. Es probable que durante muchos años haya vivido en una reclusión invisible. Yo caminaba por el mundo y hablaba con la gente y entraba al cine y asistía a las comidas de Navidad; pero la realidad es que deambulada, farfullaba palabras, me sentaba en la butaca y ocupa un sitio en la mesa, pero no estaba.
Al principio de la terapia me limitaba a cumplir las reglas: abstinencia, asistencia a las sesiones y orden de vida, pero no entendía muy bien a dónde me podía llevar el método. Fue al cabo de pocos meses cuando comencé a participar más activamente en las sesiones, sentía que les importaba, aunque no me comprendieran; por primera vez en mucho tiempo no necesitaba beber para formar parte de un grupo y esa sensación era más que buena.
La constancia y el trabajo hicieron el resto. Hoy, con algo más de un año de abstinencia en mi haber, puedo decir alto y claro que tengo conciencia de cada minuto de mi vida, que estoy presente en cada situación, que si me despisto no es por ir anestesiada sino porque soy humana, que puedo ver venir mis miedos y combatirlos, que me siento capaz de crear futuro y de decidir dónde comienza mi pasado y que, desde esta presencia, puedo darme la libertad de ser mi mejor yo.
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