Yo imaginaba que esto de dejar de beber era coser y cantar una vez que se toma la decisión de no consumir, que no había más que apretar los puños y permitir que pasaran los días en abstinencia hasta que llegara el día del milagro en el que no me apeteciera beber. Como tesón nunca me ha faltado, me lancé a la piscina en la seguridad de que esta vez lo conseguiría porque tenía el deseo más fuerte que nunca, había visto las orejas al lobo y no quería que el lobo me comiera.

En mi vida imperaba el desorden que suele acompañar a la adicción; es un desorden interno más que externo porque, incluso encargando el externo a otra persona, para el adicto es casi imposible mantener un orden continuado. Me resultó llamativo que una de las primeras cosas que pide el método fuera mantener el orden en la vida privada; pensé que sería suficiente ser respetuosa en la asistencia a las sesiones y cumplir el compromiso de sobriedad que había adquirido para el período de terapia, pero el terapeuta insistió tanto en las rutinas que casi me parecía pecado no llevarlo a cabo.

Así es que establecí unos tiempos para levantarme, desayunar, comer, hacer ejercicio, trabajar, hacer la compra, cuidar de mi cuerpo… y tras un par de semanas de constancia me di cuenta de que no solo mi cuerpo, sino también mis pensamientos iban cambiando y comenzaban a dar forma a mi recuperación. La sensación de triunfo sobre el desorden permitió que compartiera con el grupo de apoyo una serie de emociones que consideré exclusivas; mi sorpresa fue descubrir que a todos los participantes nos ocurría algo similar, ya que el orden de vida es un recordatorio permanente de que se está dejando una adicción.

Como consecuencia presté más y más atención a las instrucciones del terapeuta, pues con ellas lograba descubrir mejor y de forma más sencilla mi auténtica personalidad. Con las herramientas facilitadas se atenuaban el dolor y la rabia, crecían, sin embargo, la calma y la paciencia. Comencé a prever futuros viables a corto plazo y deseché las metas inalcanzables. Me centré en trabajar para dejar de beber y no solo pensando cosas bonitas, sino llevando a cabo hechos cotidianos que podían ser grabados por una cámara: actos, realidades tangibles.

Hoy llevo un año en la lucha y sé que «el bicho» merodea donde quiera que uno mire, pero las herramientas son muchas y yo he aprendido a manejarlas con soltura; hay días menos fáciles que otros, en esos días el grupo es el lugar seguro donde puedo volcar lo que ocurre en mi alma en la seguridad de que una mano va a extenderse hacia mí para que no caiga y de que alguien me recordará el método para que siga en el camino de libertad que he elegido.

Y estoy edificando una nueva vida, cuidando de mi imagen que estaba un poco abandonada en los últimos tiempos pues el adicto, aunque se cuide, no puede mantener mucho tiempo las formas; ahora mis pensamientos se dirigen al futuro libre de alcohol que he elegido construir y se alejan cada día del pasado que me tenía prisionera. 

Con el método de MMS dejar de beber no es coser y cantar y mucho menos apretar los puños para mantener la abstinencia; dejar de beber con MMS es trabajar día a día en la recuperación del cuerpo y del alma, en la construcción de una nueva vida, en el autoconocimiento y el reconocimiento de la propia identidad; dejar de beber con MMS es también ayudar y ser ayudado a no caer cuando se tropieza. 

Dejar de beber con MMS se ha convertido para mí en el trabajo más hermoso de mi vida.