Cuando accedí a la terapia de grupo on-line para dejar de beber de MMS quería dejar de consumir porque me sentaba mal al alma y al cuerpo, pero tenía la idea de que bebía porque era dueña de mi vida y así lo había decidido. Después de algunas sesiones entendí que beber no había sido una elección, sino que era una forma de escapar del dolor y refugiarme en la soledad.

La infancia me tenía secuestrada

Gracias a la abstinencia y la asistencia regular a las sesiones de grupo se iban abriendo nuevos conceptos en mi vida hasta definir con claridad dos objetivos: localizar el dolor que tapaba y aprender a quererme. Al tener la oportunidad de observar cómo me relacionaba con el entorno, comprendí que había vivido en una especie de reclusión emocional, tuve claro que mi visión de la vida era individualista y supe que la egolatría que marca al adicto me había envuelto.

Al tomar conciencia de esto me di cuenta de que algunos años atrás ser yo misma en mi hábitat me suponía un riesgo tan alto que cerré el corazón y, por miedo, dejé de amar y de amarme, pero ahora tenía un entorno en donde era posible abrirlo y adquirir la capacidad suficiente para no dar más vueltas al pasado y salir -que no huir- de la infancia. 

Ayudar a la niña que hay dentro de mí hizo crecer mi comprensión hacia los demás; recibir el apoyo de tantas manos amigas que se tienden en los grupos, me devolvió la confianza en el género humano; y las herramientas que se me iban facilitando en terapia se convirtieron en mi complemento diario para aprender a vivir sin beber.

Salté al vacío desde mi pedestal

En las sesiones también aprendí que ser dueño de algo conlleva la responsabilidad de cuidarlo, ocuparse de ello y nutrirlo; eso significaba que si al beber me estaba destruyendo, no era dueña de mí ni de mi vida. Un día desconecté de mí y estaba empleando el resto de la vida en compensarlo mediante la adicción.

Al parecer fue ese dolor que pretendí tapar con la primera copa lo que provocó la desconexión de mi esencia y me llevó a instalarme en un patrón de personalidad aceptado por los grupos de bebedores con los que me relacionaba y a los que llamaba amigos pero que, en realidad, no eran más que compinches de consumo.

Me dispuse a resolver mi relación con la naturaleza, con las personas, con mi actividad cotidiana y, sobre todo, conmigo misma. Aunque en algún momento de la vida me había separado de mí, sentía que mi verdad seguía viva en algún lugar y, aunque no es fácil la reconexión, confié en poder conseguirlo con el método que proponía la terapia.

Llegué a MMS subida a un pedestal fabricado con egocentrismo, desconfianza y vulnerabilidad; casi muerta de dolor me lancé al vacío, y en lugar de vacío encontré la empatía, la comprensión, la amabilidad y el cariño de otras almas que, como yo, trabajan en la búsqueda de su identidad más auténtica.

Los disfraces del miedo

Dicen que los seres humanos estamos cableados para ser empáticos, para sentir compasión y amor por los demás y yo en cada reunión recuperaba un poquito de la capacidad natural perdida para conseguir calma, placer y evasión, a la vez que me iba deshaciendo de la necesidad de sustancias externas o de acciones que solo conseguían subir mi adrenalina y desorganizar mis nervios. 

Los hombres y las mujeres que hacen este camino a mi lado fueron -y siguen siendo- fiel reflejo de mí misma, son los mil yoes que fui y soy, puedo verme en sus ojos y oírme en sus bocas, sentirme en sus pieles y quedarme a su lado por amor a los seres humanos y a mí misma, aunque a veces no me gusten, como no me gusto yo, aunque a veces me molesten, como me molesto yo, porque también, muchas veces, consiguen hacerme tan feliz como feliz yo me hago. 

La soledad que buscaba en el alcohol y la soberbia que mostraba al mundo no eran más que los disfraces del miedo que me habitaba y del que, gracias al autoconocimiento, voy despojándome. Echar la vista a atrás desde la abstinencia mediante esta terapia de grupo para dejar de beber ha conseguido que abra el corazón y aprenda a amar de nuevo; tal vez, como dice Guillermo del Toro: «Mirando hacia atrás tu propia vida, verás que el amor es la respuesta a todo».